Las noches son ricamente paganas y se inventan libertades

La madrugada es más que una invitación: es una incitación, así como el calor llama a las salamandras. Sibila moderna a la que acudimos como animales henchidos de Naturaleza. La madrugada nos alienta, con guiño hechicero, a dejar prejuicios para descifrar la vida con el ardid de la bohemia, para correr las horas sin el salto del minutero y para amarnos hasta la sombra de la sexualidad.

Por ser borrosa, bajo luces faroleras, la vida es efervescente para los noctámbulos, con sus bares, mujeres, hombres, músicas, bailes y conductas fuera de los cánones. La noche es una religión sin obispos majaderos. Es hora de revoluciones clandestinas y de palabras nunca dichas, mientras los cigarros se apagan bajo la suela de un zapato. Es tiempo de creatividad para los artistas en aquelarres adictivos. En las iglesias cerradas, bailan santos al ritmo de las baldosas. Nos guste o no, los días son expresión de lo tradicional, los días son mojigatos. En cambio, las noches son escenarios teatrales: se inventa la libertad y se viven las trasgresiones. Son ricamente paganas, las madrugadas.

En la noche somos la energía de todos los bateristas del mundo a un solo golpe, somos sonrisas cómplices y amatorias a la vez. Las noches son proletarias como banderas rojas al canto de las huelgas. En las noches entendemos que el pecado es solo un engaño predicado por religiones oficiales. En el día nos aburguesamos y somos pianos con teclas de un solo color. En la noche somos ritmo; en el día somos concierto a una sola cuerda, el de la rutina zoológica. (wvs)