Gigantes de acero, lágrimas muy cursis con mantequilla

La película Gigantes de acero (2011; de Shawn Levy) se ha convertido en éxito de taquilla en Estados Unidos. Es interesante ver cómo el cine de acción enfermiza le gusta al público gringo, sobre todo si condimentan la acción con toques de melodrama cursi. Así son muchos en Estados Unidos: lloran por sentimentalismos peliculeros y se comen sus guerras con bravatas (hasta el mismo Obama). Se tragan un camello y cuelan un mosquito. Para que la acción del filme no sea tan ruda, se muestra la relación afectiva entre un padre y un hijo, quienes andan tras estas peleas robóticas. Sorprende el actor Hugh Jackman por lo bien que actúa en ambos perfiles: el del hombre metido en boxeo y el del padre que sensibilizado por su hijo. La historia se ubica en el futuro. Gigantes de acero sucede en un momento en que las peleas de boxeo ya no satisfacen los instintos destructores de los fanáticos. Yo no creo que el boxeo sea exactamente un deporte. No me gusta ver a la gente animada porque dos tipos se golpean a todo dar. Entonces, el filme muestra que, en lugar de seres humanos, las peleas son entre robots. Esto no deja de ser un paso adelante, aunque preferiría que, en el futuro, los robots sean hechos para causas más nobles. ¿No creen? (wvs)