Los seguidores de ese director icónico que es Wes Anderson están felices. Hablamos del filme titulado El gran hotel Budapest (2014), ejercicio manierista muy al estilo o autoría de su realizador, farsa de época donde lo excéntrico es el eje que da razón y sincretismo a la trama. El filme está tan bien narrado que su mundo interno, su “realidad ficticia”, es del todo coherente e increíblemente creíble. El guion es del propio Anderson y narra las aventuras a contracorriente de Gustave H., legendario conserje de un famoso hotel europeo del período de entreguerras, y de Zero Moustafa, botones de ese mismo hotel, quienes se convierten en amigos leales. La historia incluye el robo y de una pintura renacentista de incalculable valor. Eso es parte de una frenética batalla por una inmensa fortuna familiar dejada por una señora mayor. A Wes Anderson le cuesta un mundo dejarse seducir por la elipsis narrativa (resumir) y, por eso, el filme se le cae sin necesidad alguna, por perder tensión. Anderson es autor que lo quiere contar todo por una sola razón: entre más diga, más creatividad visual. En efecto, se trata de una película visualmente artística. El gran hotel Budapest se luce con un elenco de primera línea y con magnífica dirección actoral. Dentro de esa pasarela histriónica sobresalen Ralph Fiennes y Tony Revolori. Ahí se enmarca un filme de valiosos sentimientos e inteligente con sus conceptos (ideas en juego), con distintos narradores protagonistas, relatada por capítulos y con retrospecciones, sin perder su unidad.
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