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martes, 29 de septiembre de 2015

"El lenguaje del corazón": universo humano en esencia

He aquí una película francesa titulada El lenguaje del corazón (2014), sencilla en su aspecto formal y dirigida de manera sentida por Jean-Pierre Améris. Esta película cuenta una historia verdadera, pero la narra desde sus propios sentimientos, sin ser melodrama cursi y sin ostentaciones visuales. La película se acerca así a los conceptos sobre el arte de narrar expresados por el crítico y ensayista alemán Walter Benjamin (1892-1940): “el arte de narrar en mucho consiste en no recurrir a la explicación”; el filme lo cumple. 
Foto de los personajes
 reales de la historia
En El lenguaje del corazón vemos a una niña que es sorda, ciega y muda a la vez. Por causa de su enfermedad, su carácter es insoportable. La vida de esta niña, llamada Marie Heurtin, se cruzará con la de una religiosa, quien se siente apelada a atenderla: sor Marguerite, quien padece una enfermedad terminal. Así, esas dos mujeres tan distintas se encontrarán y hallarán el sentido de sus propias vidas: el arte del amor. Es indudable que el diseño de personajes está cincelado con mucha pulcritud. De ahí, las actrices logran darnos las actuaciones más emotivas posibles, donde destaca la actriz Isabelle Carré (quien encarna a una sor Marguerite muy sensible, pero determinante). Para la jovencita Ariana Rivoire no es nada fácil su trabajo; por ello, es más convincente en unas secuencias que en otras. Con estas dos actrices, más buena fotografía y música oportuna, justa, El lenguaje del corazón tiene tono preciso y así se acerca a un excepcional universo humano en su más pura esencia.

martes, 22 de septiembre de 2015

"Orgullo y esperanza": el pueblo unido, jamás...

Las luchas de los sectores marginados de la sociedad tienen eficacia si se unen entre sí, y aún con ello puede no ser suficiente. Es lo que nos dice con criterio solidario, actitud de lucha y buen humor la película inglesa Orgullo y esperanza (2014), dirigida por Matthew Warchus. Sin serlo, la trama parece sencilla: sucede en el verano de 1984, en los tiempos del duro gobierno de Margaret Thatcher, expresión del neoliberalismo económico europeo. En ese momento, los obreros mineros cumplen una larga lucha por sus reivindicaciones y han convocado a una huelga que se alarga. Es cuando un grupo importante de lesbianas y gays decide organizarse para apoyar la huelga; empero, el sindicato nacional minero es el primero en rechazar esa ayuda, por todos los prejuicios imaginables en contra de la homosexualidad. La comunidad homosexual londinense no retrocede y, entonces, va a las bases mineras y lo hacen en un sitio en Gales. Así comienza esta historia de solidaridad real, para nada fácil habidas las contradicciones que se han de superar por toda parte. El cómo esto se logra es el cuerpo del filme y es también parábola. Luego de una bien lograda introducción que gira más sobre los grupos homosexuales e identifica a los personajes del argumento, tenemos un desarrollo donde se hace lo mismo con los mineros y se establece la relación entre ambos sectores cuando unifican sus luchas. La conclusión es lo más débil del filme, por querer subrayar en demasía el valioso nivel de humanismo alcanzado durante esa huelga. Eso sí, gracias a la dirección de Warchus, Orgullo y esperanza nunca pierde el fino humor sumado al carácter social y político. Es película dentro del arte propio de otros valiosos directores ingleses: pensemos en Ken Loach, en Mike Leigh o en Peter Cattaneo. Hay más. El equipo actoral es grande y hay que señalar las buenas actuaciones que se dan en el filme, bien equilibradas: sin excesos de nada. Los actores asumen no solo con talento sus personajes, sino también con mucho cariño. Se siente ese cariño y se nos contagia. Hay momentos en que es fácil predecir lo que sigue, pero no hace tanta mella. Hay otros que más bien resultan superficiales, pero el tono general es siempre optimista (lo que se le agradece), amén de que logra cuestionar y provocarnos (igual se le agradece: no hay lugar para la indiferencia). El filme nunca pierde su Norte. ¡Gracias!

lunes, 21 de septiembre de 2015

Pacto criminal: La historia de Jimmy “Whitey” Bulger

Con esmerado equilibrio entre lo frenético con lo mesurado y entre lo sentimental con lo violento, amén de una actuación extraordinaria de Johnny Depp, el género llamado “cine negro” (“film-noir”) se luce con la película titulada Pacto criminal (2015), dirigida por Scott Cooper. Narra la historia verídica del mafioso de origen irlandés Jimmy “Whitey” Bulger (Johnny Depp), quien en un momento dado hace un pacto con el FBI para entregar a mafiosos italianos. Ambos bandos tratan de sacar provecho; empero, quien queda en medio, con momentos privilegiados y otros de calvario, es el agente del FBI John Connolly (el actor Joel Edgerton). Connolly es el contacto entre las partes. Así, el filme camina muy bien de los espacios policiales a los de la mafia y viceversa, que se conectan de manera oportuna y aceleran el meollo dramático del relato. Digamos que la mano del director Scott Cooper deviene prodigiosa al narrarlo. Cooper entiende que la temática sobre el crimen organizado y violento, en una sociedad concreta y en una época definida, exige estructurar un talante estético e ideológico. No es solo mostrar el accionar del delito: hay más. El pulso de las imágenes, el diseño de personajes, la iluminación, música y fotografía implican y logran, con Pacto criminal, ser honda crítica social sobre los rostros de la corrupción. Aquí, la relación entre forma y contenido es algo más que ejercicio retórico o estético: es la suma intrínseca de ambos. Por eso, Pacto criminal no rehúye el realismo social con el asunto de la marginalidad en Estados Unidos y recurre a diálogos en esencia narrativos (¡qué bueno!). Para ello, el filme cuenta con un gran elenco habido el uso de distintos narradores: obtiene su veracidad. ¡Excelente filme!

domingo, 13 de septiembre de 2015

"El principito": este famoso texto como pretexto

He aquí una película animada tramposa: se titula El principito (2015) y la publicidad recurre a imágenes de esa homónima y popular obra escrita por Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), escritor y aviador francés. Sin embargo, la historia básica del filme va por otra ruta. Este filme, dirigido por Mark Osborne, narra la historia de una niña educada por su madre dentro de la más férrea disciplina. Ambas organizan sus vidas y sus estudios científicos sobre la base de conductas estrictamente organizadas. Un día, de manera picaresca, aparece en la vida de la niña un viejo aviador con espíritu muy libre y muy distinto a lo que se propone la madre de la niña. Dicho aviador conoció una vez al principito; por eso, introduce a la niña en ese universo de la vida como magia, que se sostiene sobre una idea planteada en el relato escrito por Saint-Exupéry: lo esencial es invisible a los ojos. La historia de la niña se narra con animación por computadora. En tanto, la presencia del principito se presenta en estilo más tradicional, esto es,  con el oficio del “stop-motion”. Solo se muestran ciertas partes del conocido libro, pero se hace con esmero y fino concepto estético, por lo que el filme se revitaliza con estas secuencias. Es cierto que el cuido formal lleva a El principito a una sentida debilidad temática: es filme más bien superficial. Alguien señaló que la película no profundiza en sus propios razonamientos, y tiene razón. Así, esta película peca por subrayar su fábula y su moraleja, por insistir en ellas. ¿Es película para recomendar? Sí, claro, porque está por encima de sus debilidades. Es su mérito.

lunes, 7 de septiembre de 2015

'El agente de Cipol': sorpresa del director Guy Ritchie

Izquierda: película de hoy;
derecha: teleserie de ayer
Cierto, Guy Ritchie no es de ninguna manera un director del montón, así le pongan en sus manos una película del montón. Ahora lo demuestra con una película que, gracias a él, es más de lo que cualquiera esperaría. Se trata de una precuela: sus acontecimientos se dan antes de lo que se veía en aquella serie de televisión (cuatro temporadas entre 1964 y 1968), cuyo título repite: El agente de Cipol (2015). Entonces conocimos a los agentes Napoléon Solo e Ilya Kuryakin, encarnados por Robert Vaughn y David McCallum, improbable amistad de dos agentes, el primero estadounidense y el segundo ruso-georgiano, quienes eran yunta en plena Guerra Fría. La serie tuvo, con esos actores, algunas versiones para la pantalla grande, cine menor. Es ahora que el director Guy Ritchie le da sólida identidad a dicha yunta y produce un filme de entretenimiento con altas cuotas de calidad, amén de que le agregan un tercer personaje: el de una mujer espía llamada GabyEl agente de Cipol, como filme, no se toma tan en serio a sí mismo, por eso ofrece secuencias donde un fino humor se entreteje con la acción. Estas escenas de acción resultan magnificadas con distintas fórmulas audiovisuales que solo son prueba del talento de Guy Ritchie. Hay originalidad. Es bueno el diseño de personajes y el manejo que hace Guy Ritchie de ellos. Así, las actuaciones están en su punto: el alto estilo del actor Henry Cavill (Solo), la gentil rudeza de Armie Hammer (Kuryakin), la viveza elegante de la actriz Alicia Vikander (Gaby) y el oportuno aparecer de Hugh Grant (Waverly). Por supuesto que hay “presencia” de una atmósfera a lo James Bond con Sean Connery o con Roger Moore (hasta ahí). ¡Vale!: es cine simple en conceptos, pero que –aún así– resalta el valor de la amistad y del cariño por encima de los dogmas.

domingo, 6 de septiembre de 2015

"Presos" y su sentir ante doliente realidad social

La película Presos (2015) marca un buen momento del cine costarricense (esta vez, en colaboración con Colombia). La dirección corre con buen ojo y astucia formal por parte de Esteban Ramírez. Como se sabe, es su tercer filme luego de Caribe (2004) y de Gestación (2009). Al principio, una toma panorámica, abierta, cae sobre el área metropolitana a bastante distancia de la cámara y nos sugiere secretos que se aprisionan allá abajo. Luego, la cámara nos lleva al rostro de una muchacha, personaje principal, de quien iremos conociendo sus facetas más humanas. Se llama Victoria, aunque su proceso a lo largo de la trama sea más complejo que su nombre triunfal. Pronto queda determinado el tratamiento visual que el director Esteban Ramírez le ha dado a su argumento y, así, nos percatamos del excelente manejo de su propia decisión. Vemos cómo los personajes son vistos a tumba abierta, y, por ello, los primeros planos son importantes: las circunstancias narrativas pasan por los rostros. El filme camina bien con sus primeros planos llevados, incluso, a planos primerísimos. De cuando en vez, como un respiro, la pantalla ofrece panorámicas que son indicios de verosimilitud del texto y nos recuerdan, con exactitud, dónde se está y cómo se está: valen como complementos circunstanciales de la gramática visual por la que ha optado Ramírez. No hay duda que la película Presos está filmada con devoción visual, tanta que por momentos sentimos estar ante un documental al que se le adhieren una historia amorosa, otra sobre la vida en familia y una tercera sobre la vida de alguien en una cárcel. Por su dinámica visual, no exenta de dilación al  principio, esos tres espacios narrativos conjugan un solo drama. Aquí aparece otra virtud del filme y es la habilidad de Esteban Ramírez como director de actores, a ello se suma la eximia actuación de Natalia Arias, actriz por encima de cualquier exigencia: ella es talento y autenticidad. Leynar Gómez sostiene bien su personaje y, entre los dos, logran sustentar la buena arquitectura cinematográfica de Presos. Si este filme no brilla con más excelencia es porque a su guion le falta mordiente, concentración y sustrato conceptual. Por eso, sus diálogos llegan a ser insustanciales en ciertas secuencias. Las canciones tampoco son la mejor opción para la banda sonora: hasta son “ruidos” durante la emotividad de algunas escenas. Con lo señalado en un sentido y otro, Presos es película valiosa en la trayectoria de Ramírez y es de aplaudirle ese sentimiento genuino mostrado ante una doliente realidad social. Hay que ir a ver este filme, no porque sea costarricense, sino porque es buen cine. O por ambas cosas a la vez.

martes, 1 de septiembre de 2015

"El gran pequeño": cubre mucho y aprieta poco


El problema básico de la película El gran pequeño (2015), dirigida por Alejandro Monteverde, es el descaro total que tiene para manipular al espectador con sus arrebatos de melodrama desbordado como aguas en temporal. Si uno toma distancia amorosa ante el filme y su trama, se puede señalar en qué secuencias le toca llorar al público más sentimental. Al estilo de la televisión, solo falta que saquen un cartelito que diga “lágrimas”.Se trata de un niño con problemas de crecimiento, por lo que es objeto de burla del resto de la güilada. Le dicen “enano” (en la versión doblada), pero es más preciso el concepto de “little boy”, porque se une al nombre que se le dio a la bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La presencia de dicha bomba gravita en la trama hacia su final: el filme sugiere cierta alegría por el fin de la guerra de Estados Unidos con Japón, no importa el cómo. Bien, el niño en cuestión se llama Pepper Flint Busbee y él está decidido a hacer lo que sea con tal de lograr el regreso de su papá, quien fue enviado a la guerra contra Japón, según los consejos de un sacerdote. Al rato se hace notoria otra condición manipuladora del filme, amén de su esencia lacrimógena, y es la de ser un discurso católico bastante subrayado. El texto religioso de El gran pequeño se convierte en consideración ideológica que trasciende lo anecdótico o narrativo para repercutir negativamente en la entraña del filme, exactamente en su desarrollo dramático. La película ni siquiera tiene la habilidad de la parábola, porque su discurso va al cuerpo del espectador. Así, lo folletinesco (que es como echar sal en los ojos) y lo discursivo (como estar ante un sermón) conforman una unidad que nos lleva a un cine del todo conservador con sus tonos religiosos. En su contra va también la mala dirección de actores, por parejo, y sobre todo con el niño Jakob Salvati, monocorde con su rostro de niño infortunado; a su favor, el buen manejo de la música (pese a ser tanta) y de la fotografía, elementos claves en la bien lograda ambientación de época. Es perceptible la debilidad narrativa del filme, por ser relato desordenado, aunque también logra algunas buenas secuencias (el niño frente al mar y el pueblo que lo mira). Eso sí, ni las lágrimas de personas sensibles ni el aplauso de los muy católicos logran que El gran pequeño sea buena película: es apenas mediocre.